Aunque editado en noviembre de 2003 este libro, de difícil clasificación, porque no es un libro de viaje ni estrictamente un ensayo, resulta ser un interesante y documentado reportaje sobre la capital egipcia después de la invasión de Irak que siguió a los antentados del 11-s. Es, como promete el subtítulo, un retrato de la sociedad del país del Nilo. Una sociedad de marcados contrastes, a la búsqueda de una identidad no constreñida a la tradición ni ajena a la modernidad. Egipto fue, sigue siendo, el país más influyente del mundo árabe, el de cultura más ancestral, también el que con más ahínco intentó el paso hacia una modernidad democrática, frustrada en su etapa postcolonial por la bipolaridad de la política internacional de entonces, luego condenada al ostracismo por unos dirigentes autoritarios que han servido a los intereses de occidente y a los de una oligarquía propia enquistada en el poder desde decenios.
La autora, periodista barcelonesa, nos traza un retrato de la sociedad egipcia a partir de informes, entrevistas personales, testimonios de profesionales de ámbitos diversos: universidad, organizaciones pro derechos humanos, movimiento feminista, comunidades religiosas, personajes públicos o anónimos, intelectuales de distinta extracción. Y, naturalmente, como testigo presencial de esa ciudad populosa que discurre ante sí en los mercados tradicionales, en el fluir perenne del Nilo como paisaje constante, en los restaurantes, los barrios donde transcurre la vida cotidiana, nos transmite una visión personal de una cultura, que es árabe y musulmana, pero que es mucho más que esos estereotipos que, como occidentales, estamos familiarizados a utilizar con trivialidad.
Así, en el peculiar recorrido que hacemos por la sociedad egipcia al hilo de las distintas voces que nos la muestra, nos asombramos al descubrir cómo conviven costumbres ancestrales (la mutilación genital) junto a leyes que desde mediados del siglo XX reconocían igualdad de derechos entre sexos, aunque en la práctica la discriminación de las mujeres sea un hecho tan cotidiano como en la mayor parte de países del mundo. Sorprende ver cómo una nueva generación de mujeres decide volver a usar el velo islámico como rebeldía frente a la generación antecesora, aun tratándose de mujeres con formación universitaria y en ejercicio profesional. Y las razones que aducen para ello no es única, sino múltiple: reafirmación identitaria, profesión de fe, barrera frente al acoso masculino o, incluso, como reinvindicación feminista para hacer frente a una sociedad de consumo que banaliza la imagen femenina como objeto.
En este relato periodístico no podía faltar el hecho religioso, tan importante en las sociedades musulmanas, y que se ha visto reverdecer por los extremismos islamistas que son una cuestión más política que religiosa, aunque la división entre religión y política no queda nítidamente delimitada en el islam. La interpretación del Corán es libre, no existen exégetas que impongan una versión oficial y única como sucede, pongamos por caso, en la doctrina católica, por lo tanto dependiendo de la interpretación que se haga puede resultar una ley más o menos laxa o rigurosa, pero que en cualquier caso sirve de pretexto a quienes quieren dirigir el sentimiento de impotencia de una población con niveles de renta ínfimos que es rehén de un régimen nepótico y corrupto. Sorprende el debate más o menos soterrado que la sociedad egipcia mantenía entre las bambalinas de una dictadura que ahora, siete años después de escrito el libro, hemos visto caer desde las pantallas omniscientes de la atónita sociedad occidental.
El Cairo en los zapatos, Elisabeth Anglarill, Flor de Viento, Barcelona, 2003