Tan complicado como acertar con los acentos circunflejos del apellido de este autor (confieso que pese a mis caducos certificados de mecanografía no los he logrado hallar en el teclado de mi ordenador, por lo que pido a mis lectores licencia ortográfica sobre el apellido esloveno) es para mí dar una opinión sobre este libro.
La reflexiones de Zizek me resultan novedosas, sorprendentes, incluso hasta en ocasiones chocantes y no creo que tal asombro obedezca a mi desconocimiento de Lacan o del marxismo como teoría filosófica o a que no esté familiarizada con los conceptos hegelianos o kantianos sino más bien porque cuando decido abandonar la lectura por falta de talla intelectual (mía, naturalmente) recibo unas líneas más abajo un punto de apoyo para mover el mundo textual y seguir leyendo eso que está refiriendo de una película de Hitchcok o un chiste popular. Esos zig zag del texto que van de la alta cultura centroeuropea a la archiconocida cultura popular producen en esta lectora una perplejidad estimulante. No es por voracidad que no he dejado de leer una sola línea de este libro (comprendiera o no cabalmente todo lo en él expresado) sino porque aún entendiéndolo parcialmente dicha lectura ha sido plena en sugerencias. Y también, justo es decirlo, porque en él se abordan, desde un ángulo poco transitado, hechos contemporáneos de todos conocidos: los atentados del 11 de septiembre, el conflicto permanente palestino-israelí, los actos virulentos de los suburbios de París de 2005, el fundamentalismo islamista o la legitimación de la tortura por el gobierno Bush. Así como hechos más lejanos en la historia, aunque no por ello menos vigentes, como la comuna de París o la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto o el terror stalinista. Y todos ellos contemplados desde un prisma novedoso, sin lugares comunes, con honradez intelectual, esto es tratando de ver más allá de la cáscara superficial de las opiniones moldeadas por los mass media.
Zizek propone reflexiones sobre las diversas formas que adopta la violencia, aún cuando ésta adquiere una expresión en apariencia neutra o pasiva, dado que, incluso cuando no se hace nada, el no hacerlo puede constituir un acto de violencia pues, como concluye este libro "a veces no hacer nada es lo más violento que puede hacerse", o cómo una sonrisa puede ser peor que un azote dependiendo del contexto en el que se esboce.
Este libro, escrito en 2008, no recoge las revueltas árabes que están sucediéndose estos días y, naturalmente, no puede hacerse eco de la guerra en Libia. Para mí tengo que oponerse a la intervención de la UE y EE UU (bajo el amparo de la legalidad internacional) sería uno de esos actos de violencia pasiva que engendran más violencia. Lo que no desdice por otro lado que la actitud de los países occidentales -ahora ocupados en recomponer un país abierto en bandos enfrentados- haya alimentado (en un pasado tan reciente como los telediarios de antesdeayer) amparado, y hasta agasajado al tirano, que ahora pretende derrocar y que, precisamente por haberlo respaldado entonces es ahora corresponsable de la violencia desatada que hoy quiere acotar, ojalá no sea demasiado tarde.
Sobre la violencia,Slavoj Zizek, Paidós, 2009, Barcelona