Anatomía de un instante, Javier Cercas, Mondadori, Barcelona, 2009
La erótica del conocimiento
viernes, 15 de abril de 2011
Anatomía de un instante, Javier Cercas
Anatomía de un instante, Javier Cercas, Mondadori, Barcelona, 2009
jueves, 24 de marzo de 2011
Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Slavoj Zizek
jueves, 17 de marzo de 2011
Otro mundo es posible, Juan Manuel Cobo Suero
lunes, 28 de febrero de 2011
El Cairo en los zapatos, Elisabeth Anglarill
Aunque editado en noviembre de 2003 este libro, de difícil clasificación, porque no es un libro de viaje ni estrictamente un ensayo, resulta ser un interesante y documentado reportaje sobre la capital egipcia después de la invasión de Irak que siguió a los antentados del 11-s. Es, como promete el subtítulo, un retrato de la sociedad del país del Nilo. Una sociedad de marcados contrastes, a la búsqueda de una identidad no constreñida a la tradición ni ajena a la modernidad. Egipto fue, sigue siendo, el país más influyente del mundo árabe, el de cultura más ancestral, también el que con más ahínco intentó el paso hacia una modernidad democrática, frustrada en su etapa postcolonial por la bipolaridad de la política internacional de entonces, luego condenada al ostracismo por unos dirigentes autoritarios que han servido a los intereses de occidente y a los de una oligarquía propia enquistada en el poder desde decenios.
La autora, periodista barcelonesa, nos traza un retrato de la sociedad egipcia a partir de informes, entrevistas personales, testimonios de profesionales de ámbitos diversos: universidad, organizaciones pro derechos humanos, movimiento feminista, comunidades religiosas, personajes públicos o anónimos, intelectuales de distinta extracción. Y, naturalmente, como testigo presencial de esa ciudad populosa que discurre ante sí en los mercados tradicionales, en el fluir perenne del Nilo como paisaje constante, en los restaurantes, los barrios donde transcurre la vida cotidiana, nos transmite una visión personal de una cultura, que es árabe y musulmana, pero que es mucho más que esos estereotipos que, como occidentales, estamos familiarizados a utilizar con trivialidad.
Así, en el peculiar recorrido que hacemos por la sociedad egipcia al hilo de las distintas voces que nos la muestra, nos asombramos al descubrir cómo conviven costumbres ancestrales (la mutilación genital) junto a leyes que desde mediados del siglo XX reconocían igualdad de derechos entre sexos, aunque en la práctica la discriminación de las mujeres sea un hecho tan cotidiano como en la mayor parte de países del mundo. Sorprende ver cómo una nueva generación de mujeres decide volver a usar el velo islámico como rebeldía frente a la generación antecesora, aun tratándose de mujeres con formación universitaria y en ejercicio profesional. Y las razones que aducen para ello no es única, sino múltiple: reafirmación identitaria, profesión de fe, barrera frente al acoso masculino o, incluso, como reinvindicación feminista para hacer frente a una sociedad de consumo que banaliza la imagen femenina como objeto.
En este relato periodístico no podía faltar el hecho religioso, tan importante en las sociedades musulmanas, y que se ha visto reverdecer por los extremismos islamistas que son una cuestión más política que religiosa, aunque la división entre religión y política no queda nítidamente delimitada en el islam. La interpretación del Corán es libre, no existen exégetas que impongan una versión oficial y única como sucede, pongamos por caso, en la doctrina católica, por lo tanto dependiendo de la interpretación que se haga puede resultar una ley más o menos laxa o rigurosa, pero que en cualquier caso sirve de pretexto a quienes quieren dirigir el sentimiento de impotencia de una población con niveles de renta ínfimos que es rehén de un régimen nepótico y corrupto. Sorprende el debate más o menos soterrado que la sociedad egipcia mantenía entre las bambalinas de una dictadura que ahora, siete años después de escrito el libro, hemos visto caer desde las pantallas omniscientes de la atónita sociedad occidental.
El Cairo en los zapatos, Elisabeth Anglarill, Flor de Viento, Barcelona, 2003
Algo va mal, Tony Judt
Quienes hemos gozado de la lectura, extensa pero no menos amena, del tomo "Posguerra. Una historia de Europa desde 1945", del mismo autor, sabemos cómo se originó el estado social europeo, ese que luego entrado el siglo XX hemos llamado estado de bienestar y al que a punto estamos de dar el viático. Aunque el descontento creciente, aún no del todo visible, tal vez no le acabe dando el "descanso en paz" de la resignación de los dolientes que a los próceres del mercado les complacería.
Ahora que el futuro ha dejado de ser incierto para pasar a ser incierto también el presente, sabemos que de un día para otro lo mismo caen muros del este de Europa que sátrapas del norte de Africa a la velocidad trepidante de los teclados de la historia, ya sea a 140 caracteres por minuto o a la velocidad de transferencia de imagenes por segundo.
La historia no está predeterminada, nos dice Judt, lúcido defensor de la socialdemocracia, ¿quién podía haber vaticinado el desplome del comunismo justo cuando aterrizó la mosca azul del neoliberalismo entre las dos orillas norteatlánticas? Desde entonces se ha instalado el capitalismo de corte mafioso al este de Europa, y en todas partes los mercados desregulados campan sin restricciones ni fronteras instalando desde los think tank el pensamiento único, el dogma neoliberal: individualismo, negocio, beneficio, riqueza privada y miseria pública, creciente desigualdad entre una minoría rica y una mayoría que ve recortados sus derechos, y dale que va la rueda del casino gira como el mundo gira. En estas estábamos cuando sobrevino la crisis, se conmonvieron las columnas del templo, "la mano invisible" rasgó su velo y cayó Lehman Brother, la historia reciente, ya lo saben, está en los papeles y en las aristas de las redes. Los que habían propiciado con su irresponsabilidad el desplome fueron indemnizados con cifras astronómicas mientras a los damnificados les tocó pagar directamente, bien rascándose el bolsillo o en especie, con un empleo que para muchos es irrecuperable. Qué bien les vino entonces, y todavía, a los hacedores del laissez faire acudir a ese estado tan denostado -perdonen la cacofonía- tan denostado, sí, por ellos, para recomponerse y continuar a lo suyo que solo es de todos cuando va mal.
De que Algo va mal, a Judt (ni a la que suscribe) le cabe ninguna duda. La ideología neoliberal está adherida a los entresijos de la sociedad actual pero nada nos dice que tenga que estarlo por tiempo indefinido. Sin llantos estériles, este libro rescata la etapa más próspera que ha conocido la historia reciente, los florecientes estados socialdemócratas del norte de Europa que desde mediado el siglo XX supieron abrir un paréntesis entre el comunismo totalitario y el neoliberalismo rampante para asentar una sociedad cuyas desigualdades quedaron atenuadas por un sistema impositivo más equitativo, con una calidad de vida que no se medía solo en nivel de renta sino en educación, salud, participación ciudadana, de proyecto colectivo, en suma, en lugar de enconado individualismo. Judt, basándose en la experiencia cierta que supuso la socialdemocracia nos lleva a analizar cuales fueron las circunstancias que la propiciaron, si fueron únicas o con voluntad y esfuerzo podríamos reproducirlas, qué aspectos del pasado deseamos conservar y cuales son irreproducibles. El debilitamiento del Estado-nación en pos de organismos supranacionales (Unión Europea) que están entregados al dogma neoliberal, limita el poder de la política y la subordina a los mercados, pero es obvio que la sociedad resultante es, a la par que generadora de grandes injusticias, nefasta para las personas pues las despoja de un proyecto colectivo que está en la génesis de la condición más decididamente humana, la más social de las especies.
Este libro contribuye a poner en cuestionamiento los últimos treinta años de política neoliberal. Sin idealizar glorias pasadas, propone una reflexión sobre si es posible rescatar las ideas socialdemócratas enmarcándolas en un nuevo contexto. Pues "la disconformidad nos lleva a hacernos preguntas y éstas a enfrentarnos con los nuevos desafíos". "Tendremos que plantearnos de nuevo los eternos interrogantes, pero estar abiertos a respuestas diferentes". Merece la pena intentarlo, añado, a eso nos invita este libro.
martes, 15 de febrero de 2011
Una habitación propia, Virginia Woolf
A diferencia de "Flush" o "Al faro", mis dos intentos recurrentemente fallidos, no se trata de una novela, sino de un ensayo, aunque al adentrarme en él estuve a punto de arrojar la toalla dado que, como en las ocasiones anteriores, se me hacía muy cuesta arriba un texto excesivamente descriptivo.
Es ensayo, sí, aunque recurre a una parábola para ilustrar por qué no ha habido mujeres novelistas, escritoras, salvo contadas excepciones, antes del siglo XIX. Su respuesta no se hace esperar, viene expuesta desde un principio: porque no tenían una habitación propia, ni renta propia, no tenían independencia económica y siempre se veían obligadas a compartir el espacio común en el hogar.
Parece una obviedad, ¿verdad?, las mujeres siempre se han visto relegadas a un espacio que era el lugar de las mujeres, un hogar siempre repleto de hijos, de quehaceres penosos y porque la realidad imponía una normas férreas, las pocas que se atrevían a transgredirlas se arriesgaban a ser estigmatizadas socialmente, ya se sabe, el camino de la cortesana o de la "bruja" -la mujer socialmente alienada por definición- aguardaba a quien rompiera moldes.
De tan "obvia" respuesta -obvia vista desde los inicios del siglo XXI, porque hasta el primer tercio del siglo XX, data del ensayo que nos ocupa, las mujeres acababan de estrenar derecho al voto en Inglaterra, vanguardia del movimiento sufragista y lugar de origen de la autora- se podría deducir que la lectura que aquí se comenta es prescindible. Pues no, no lo es, en primer lugar porque dibuja un retrato de la sociedad industrial de la época y con ello también del patriarcado dominante, ese que privilegia las escuelas masculinas sobre las femeninas, que restringe el acceso a las bibliotecas universitarias a las mujeres, que las alimenta peor, las relega a la permanente subordinación y un largo etcétera. En segundo lugar, porque traza un perspicaz retrato psicológico sobre la necesidad de los hombres de sentirse poderosos a costa de sojuzgar a quienes le están a la zaga, esas mujeres que, desde los roles de parentesco o servidumbre son siempre subalternas al arbitrio de ellos.
Además porque, como los buenos libros, tiene distintos planos de lectura, no es solo un alegato contra las injusticias de la desigualdad entre sexos, es también una aguda introspección, una reflexión con destino a alentar en sus contemporáneas un cambio en sus vidas, a tener pocos hijos, por ejemplo, algo clave para la revolución femenina que estaba en ciernes.
Pero sobre todo porque una vez inmersa en la lectura te arrebata su lúcida y magnífica prosa, esa misma que al inicio parecía árdua y poco ágil, se torna aguda y certera en sus plantemientos y en su configuración.
Y, finalmente, porque sigue estando de plena vigencia. ¿O es que todas las mujeres actuales con familia tienen en su hogar una habitación propia? Se dirá que la mayoría de las casas en las que vive la mayor parte de la población no son muy espaciosas. Sí, pero aún no siéndolo, ¿cuántos hombres tienen una habitación propia? A menudo, en el común de las casas hay una habitación donde el adulto de la familia tiene el ordenador, una mesa, un pequeño despacho o taller para "sus cosas". ¿Cuántas madres de familia tienen una habitación propia? ¿De uso exclusivo para sus "cosas"? Me atrevería a decir que pocas, porque muchas privilegian ceder un espacio, que nunca sobra, a uso compartido, mientras que los hombres rara vez consideran que tienen que supeditar sus necesidades de autonomía a las del resto de la familia. De modo que la habitación propia, sentirse con pleno derecho a tenerla, no es sólo cuestión de espacio tangible, supone también una afirmación como individuo. En este tema, no menor, todavía queda materia de reflexión para las mujeres, para la sociedad en su conjunto y para cada individuo en su fuero interno.
Por todo lo expuesto, la habitación propia, como indicábamos, es más, mucho más que un espacio físico, supone permitirse la autoafirmación, la autonomía, la decidida vocación personal de hacerse cargo de sí misma como individuo plenamente libre y responsable. Esta es al menos la lección que personalmente extraigo de una lectura tan grata.
Hij@, ¿qué es la globalización?, Joaquín Estefanía
La respuesta está en el subtítulo: La primera revolución del siglo XXI. También está en los titulares de la prensa diaria, sobre todo en las páginas sepia, porque global, lo que se dice global, es, ante todo, la economía, que no conoce fronteras, que ignora obstáculos porque las únicas riendas estaban en la política, las regulaciones a los mercados que dejaron de exisistir desde la década de los ochenta y el advenimiento del pensamiento único neoliberal.
Otro signo de los tiempos es la globalidad de la información gracias a internet, pero por el momento las tecnologías de la información sólo nos sirven a los perplejos ciudadanos de a pie para poco más que constatar las desigualdades producto de los mercados globalizados. En todo lo demás -las mercancias, las personas- las fronteras aún son poco menos que insoslayables.
Este libro nos explica de forma pormenorizada y amena en qué consiste la globalización, que hasta la fecha solo es financiera. Las consecuencias que se derivan de ella. Los movimientos sociales que se oponen desde el activismo altermundista y las distintas tendencias que lo conforman.
Constituye, ante todo, una lectura útil que informa sobre un tema de plena actualidad, retrata fielmente los incipientes movimientos sociales que apuestan por una globalización a medida humana y que desde el poder establecido son denominados, peyorativamente, movimientos antiglobalización, o antisistema, y que no son más que un desafío a la política imperante, cada vez más alejada del ciudadano corriente.
Este libro es una invitación a la participación ciudadana en política, no entendiendo ésta como un asunto en manos de profesionales de traje gris, de portafolios y berlinas sino como un asunto de profanos que tienen mucho que decidir porque la vida propia y ajena les va en ello.
martes, 12 de octubre de 2010
El capitalismo funeral, Vicente Verdú
Este libro no contribuye, como pensé al elegirlo como lectura, al esclarecimiento de los orígenes de la crisis sino más bien a señalar de una forma a ratos declamatoria cuáles están siendo las consecuencias de ella, a señalar los millones de viviendas vacías e invendidas, embargadas o inconclusas, al pesimismo que ha sobrevenido tras el delirio de la fiebre del cemento en un país donde una noche nos acostamos ricos y especuladores y a la mañana siguiente nos despertamos en la cola del paro y los comedores de caridad.
Sin embargo, y pese a que no opta por la explicación desde el punto de vista de la economía, baraja tesis desde la observación sociológica y viene a decir, cito textualmente: "La crisis financiera es la consecuencia de la desaparición del dinero y no la desaparición del dinero el efecto de la crisis financiera" que viene a poner el punto sobre la i de lo que se ha venido en llamar el "capitalismo de ficción", sí el mismo que traspasa fronteras sin cortapisas, a diferencia de las personas y los objetos, y que no está ligado a la fabricación de productos ni al comercio de bienes o servicios sino a la más pura especulación de capitales, los llamados "mercados" que están poniendo en solfa a países del mundo desarrollado con una virulencia que a fecha en la que fue escrito el libro aún se desconocía, pues admitía preguntas del tipo "¿Es esta crisis real? A estas alturas resulta imposible separar qué pertenece a una situación objetiva y qué corresponde a la impresión subjetiva, porque ambas se confunden" , y también, "La crisis no es sólo la crisis, sino todo aquello que se cree, se habla o se teme sobre la crisis"
El título del libro "El capitalismo funeral" parece aludir a esa primera impresión que algunos tuvieron de que con esta crisis de magnitud desconocida desde la de 1929, el capitalismo agonizaba entre estertores apocalípticos, recordemos al presidente francés apresurándose a declarar ante los micrófonos que había que refundar el capitalismo, o ese dirigente empresarial español antes de ser declarado en quiebra y acusado de hundir sus empresas por vías que rozan el delito si no caen de lleno en él, decir ante los medios que había que hacer un paréntesis en la economía de libre mercado.
Ah, qué tiempos aquellos en los que aún no habíamos estado al borde del precipio y a punto de quebrar como país, en los que no había quedado aún tan patente que los mercados son los únicos príncipes (enésima reencarnación de Maquiavelo) y que los ciudadanos de a pié, muchos de ellos en la cola del paro o tiritando por los recortes impuestos no tienen nada que votar ni elección posible en este despotismo nada ilustrado del imperio absoluto del mercado que no conforme con quebrar empresas quiebra países y lo que haga falta con tal de recordarnos quién manda aquí y en todas partes.
En cuanto al subtítulo "La crisis o la tercera guerra mundial" espero que se quede en lo que en un principio me pareció estrategia editorial para vender ejemplares, ya se sabe que las catástrofes venden hasta en el cine y si no que se lo digan a Godzilla. Espero que erre también como cuando apostó por el funeral del capitalismo y aún no nos reserve esta crisis, que ya va por su tercer año sin resurrección del paro y el empobrecimiento, sorpresas aún más feroces que los depredadores gigantes que tumban naciones como edificios el monstruo en el cine.
Pero quién lo sabe. Por el momento más que al funeral del capitalismo estamos asistiendo al del estado del bienestar y como la crisis persista acaberemos borrando del disco duro de la memoria que algún día "bienestabamos".
Lenguas en guerra, Irene Lozano
Este libro obtuvo el premio Espasa de ensayo hace cinco años, pero el tema que aborda no deja de estar de permanente actualidad; las contaminaciones demagógicas que los nacionalismos de todo signo -desde esferas tanto políticas como mediáticas- vierten al ruedo del debate público acerca de la utilización de las diversas lenguas de España, las propuestas de inmersión lingüistica en alguna de ellas y la utilización torticera de las denominadas "lenguas propias" para crear diferenciación de manera artificiosa e interesada.
La autora, filóloga de formación y bien entrenada en los debates mediáticos, nos expone con rigurosidad y sin ambages los argumentos falaces que sostienen aquellos que pretenden hacer de la "lengua propia" un arma arrojadiza con la que pescar ganancias en ríos revueltos. Empieza por hacer un recorrido histórico de la lengua española, cómo ésta se convirtió en lengua franca de un territorio que aún estaba muy lejos de ser una nación, cuando convivía sin agravios comparativos con las otras lenguas de la península y era usada por las diversas poblaciones para hacerse entender y prosperaran haciendas y negocios. Cómo, sin embargo, no fue la lengua de uso obligado del Imperio hasta el siglo XVIII pues hasta entonces los regidores del reino donde no se ponía el sol no consideraron deseable mantener tan vasto territorio bajo la unidad de una sola lengua que pudiera unir voluntades rebeldes contra la metrópolis. El tópico de que a América llevamos la cruz y la lengua desde el principio de la colonización esconde una realidad: que la Iglesia evangelizó en las lenguas vernáculas durante mucho tiempo y no sólo en los inicios de la conquista del territorio, así que tampoco es comprensible que el nacionalismo español surgido de la victoria franquista en la guerra civil de 1936 la emprendiera contra aquellos curas y feligreses que apostaban por decir misa en catalán o vasco desafiando al dictador pero obedeciendo una costumbre ancestral de las congregaciones misioneras.
Ante todo, defiende este texto, las lenguas, el uso razonable que se espera de los que las hablan, es el de hacerse entender y no el de marcar diferencias identitarias que no llevan más que al segregacionismo castrante, cuando no al ridículo, y basta aquí citar como ejemplo reciente el uso en el senado de las lenguas catalana, vasca o gallega por unos senadores que tienen como lengua común el español y que contratan a terceros para que traduzcan los discursos que de otro modo entenderían si usaran el idioma que todos conocen, generando con ello una hilarante paradoja y es que quienes en los pasillos del senado se entienden en español sin conflictos, en cuanto suben al estrado obligan a esos mismos compañeros con quienes antes han compartido charla a que usen los auriculares de los traductores.
A reflexionar sobre estas cuestiones nos ayuda el presente ensayo, posicionándose en el lugar del sentido común -que es, ya se sabe, el menos común de los sentidos- alimentando los argumentos con rigor y honestidad, desde una visión no dogmática pero sin titubeos contemporizadores a diferencia de otras posiciones progresistas que en España, por haber compartido militancia antifranquista con unos nacionalistas que sufrieron el mismo rigor de la dictadura, las han hecho contravenir sus propios principios, el internacionalismo.
Si todos leyeramos más libros como el que aquí comento seríamos menos sensibles a las demagogias, es decir, seríamos menos manipulables. Pero no dejarse manipular fácilmente no está de moda, hay una tendencia generalizada a hacer propia la última frase oída en la tdt de la preferencia ideológica que se elija, y cada vez hay menos donde elegir porque el color político se va uniformando peligrosamente, hay una deriva hacia la información sesgada, las medias verdades esgrimidas como verdades absolutas, las mentiras sin recato, los prejuicios sectarios, en definitiva a la imposición de unas consignas que apelan a las vísceras y no a la razón, en vez de apoyarse en la información fidedigna para serenamente reflexionar sobre si queremos taifas irreconciliables o en cambio un pais descentralizado, organizado y eficaz o lo que pretendemos por el contrario es el retorno al clan que proponen las posiciones nacionalistas más furibundas, cuando no una nación centralizada y uniforme, monocromática e igualmente nostálgica de un pasado idealizado como quienes desde el nacionalismo heredado del franquismo claman.
Lenguas en guerra, Irene Lozano, Madrid, Espasa Calpe, 2005
martes, 8 de diciembre de 2009
El arte de perder, Lola Beccaria
La protagonista es una mujer de apenas cuarenta años, profesional cualificada, con buen nivel de ingresos, culta y atractiva, que hasta el momento ha tenido a gala no emparejarse más allá de algún noviazgo o que va alternando amistades y fugaces relaciones de poco recorrido. Sin embargo un día en mitad de una de tantas citas que piensa acabará como otras, con un expeditivo escarceo, encuentra un filón, alguien con quien construir una relación distinta, basada en un juego erótico de encuentros y desencuentros con los que hilar, piensa, una clase de relación nada convencional, una relación a la medida de sus ambiciones afectivas y sexuales. La virtualidad, porque personalmente los amantes se han visto en contadas ocasiones, sirve de escenario para que la mujer, que proyecta su ansia de comunión verdadera y certera con un otro a la medida de su anhelo, vaya tejiendo una relación en la que el deseo va dibujando al ausente amante atribuyéndole todas aquellas virtudes y respuestas que a ella son necesarias para determinar que al fin ha encontrado un amor cierto y extraordinario, y he aquí el trasfondo por el que se mueve esta propuesta literaria, cómo el anhelo de amar nos hace proyectar nuestra necesidad y hacerla portadora de una ficción ceñida como un traje a medida.
No es este el lugar para destripar desenlaces, pero sí para subrayar la interesante reflexión que acerca de sí misma se plantea la protagonista y a qué desconocido lugar la llevará. En otras partes de este blog se ha dado cuenta de libros de sociología y de psicología que hacen referencia a las nuevas definiciones de amor, hacia donde apuntan las relaciones hoy, desde el género ensayístico. En esta novela, desde la ficción, se hace alusión a uno de esos "amores líquidos" que según Bauman son un signo de nuestro tiempo, pero no se queda en la anécdota, no se conforma con la descripción de los medios de los que nos servimos para establecer relaciones, no se refiere sólo a lo fugaces que llegan a ser esas relaciones sino que plantea una cuestión de profundidad que es tema intemporal, la necesidad de amar y ser percibido y aceptado que tiene el ser humano quien puede suplir con imaginación los huecos que la realidad deja en baldío.
Si bien al principio me costó meterme de lleno en esta novela, por encontrarle desajustes de estilo en las primeras páginas o carencia de una calidad que ya exijo a una novela como condición imprescindible para seguir leyéndola, una vez avanzada la lectura encontré que el estilo se hacía más armonioso con la historia que se relata, un estilo que no apunta a experimentaciones con el lenguaje ni a metáforas deslumbrantes, salvo en las partes que se transcribe el texto de los amantes virtuales, este sí con un lenguaje más "arriesgado" en cuanto a propuestas creativas, pero que en conjunto es de una corrección gramatical poco común, no en vano la autora es una lingüista académica.
Gustará, acompañará en su periplo, a los que se inicien en el mundo de las relaciones por internet, cada vez más en boga.El arte de perder, Lola Beccaria,
Planeta, Barcelona, 2009