La erótica del conocimiento

Hay una sensualidad en el libro como objeto. Desde niña te gusta abrir un libro nuevo, oler la tinta de sus páginas. Cada libro, además, tiene su olor propio, ninguno huele igual a otro, como la piel viva, transmite sensaciones. Los libros nuevos, su olor, te retrotraen a la infancia, al otoño de comienzo de curso. Un libro cerrado es siempre víspera de conocimiento, de emociones intensas. Abrirlos es poner los brazos, las piernas, en cruz, el ser presto para el abrazo y la entrega.

martes, 25 de agosto de 2009

Brooklyn Follies, Paul Auster



Por fin, una novela. Os confieso que me he vuelto muy exigente con el género, desde que me he convertido en lectora voraz de ensayos me cuesta decidirme por la ficción, no porque no sea apasionante en sí misma, sino porque tiene que estar muy bien contada para que emocione, conmueva, instruya en el vivir-vivir, y todas esas exigencias que tengo con la literatura de creación, claro que no muchos escritores colman las expectativas con las que parto al iniciar el viaje por las primeras páginas de una novela. Pero si el autor elegido es Paul Auster, diré que, por el momento, está a la altura del listón que le impongo al género. No es la primera novela que leo de Auster, ya leí hace unos meses El Palacio de la Luna, que me gustó, aunque Brooklyn Follies me ha gustado más. Ignoro cual de las dos fue escrita antes o después, no me impongo una labor de crítica profesional, a los que seguís este blog no os lo tengo que aclarar, no me he propuesto en ningún caso hacer esa crítica de experto erudito, sino hablar, como lectora, del goce de leer. Y con Brooklyn Follies he gozado con fruición (leí las 310 páginas de la novela en el plazo de 24 horas, muchas de ellas consecutivas, lectura cuya voracidad me obligó a aplazar mi descenso a la playa para días más grises, a demorar mi bronceado y a lo que hiciera falta) Y es que cuando me tocan la fibra sensible...No voy a citar nada sobre el argumento de la novela, al fin y al cabo, la anécdota de las novelas se me olvida fácilmente, con lo que me quedo es con el trasfondo por el que transcurren y el de ésta nos viene a decir: mirad ni investigación científica, ni creación artística, ni trabajo filosófico, nada, oidme, nada, es para el humano más importante que el mundo de los afectos. Qué pena que a veces a conclusión semejante tengamos que llegar por vericuetos dolorosos: una enfermedad propia, un desencuentro con los otros, un vivir sin vivir en mí o un vivir disfrazado siempre de otro. Esta novela nos habla de la madurez, no porque el narrador protagonista esté apunto de cumplir 60 años, sino porque al fin descubre qué quiere ser mientras está siendo en un presente que es gerundio lleno de desencuentros, encuentros, retornos y despedidas. En definitiva de aceptación por el devenir de una vida que fluye y a la que hay que hincar el tenedor a manos llenas, porque la vida es nuestro único y certero equipaje. Que a veces nos tenemos que sentir al borde de un precipicio para valorar aquello que perdimos y que ahora, nunca es tarde, queremos recobrar. Algunos de los hombres que atraviesan las páginas de Auster, tanto en la novela que aquí se reseña como en la anterior a la que se ha aludido, son hombres profundamente afectuosos -aunque torpes y desmañados en la expresión de esos afectos y por eso mismo solos- solos de esos que añoran una mujer, no ninguna concreta, sino la mujer como puente inexcusable para atravesar de una orilla a otra, de soledad a encuentro. Hombres tímidos y acomplejados por no cumplir con los cánones preestablecidos, que no tienen el valor de exponer unas conductas renovadas, aunque en Brooklyn Follies el narrador protagonista sí consiga agarrar por los cuernos el toro de su vida, asumir el balance de la que ha tenido hasta la fecha y de cómo quiere vivir la que le resta. Una asunción de lo que es que viene a ser un "estar siendo" sin disfraces ajenos, por eso esta novela es profundamente alentadora, porque nos dice que esa vida sin imposturas es posible y que la expresión de los afectos y la asunción de uno mismo y el recobrado encuentro con aquellos que constituyen nuestro universo afectivo pese a ser un camino a menudo incómodo no es valdío sino cálido, probable, posible, pleno.


Brooklyn Follies, Paul Auster
Anagrama, Barcelona, 2008


2 comentarios:

  1. Es evidente que lees poca narrativa. Pero seguro que te emocionarás muchas veces y quizás mucho más si continuas con autores como Roth, Kawabata, Coetzee, Borges, García Márquez....y otros muchos.
    Te olvidarás de otras muchas cosas, no solo el bronceado sino hasta la depilación.

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  2. Querido Anónimo, gracias por tus sugerencias. Debo aclararte, no obstante, que a lo largo de mi vida he leído fundamentalmente narrativa. Sólo hace poco que me he decantado por el ensayo como lectura más voraz, que no única ni excluyente. Compartimos admiración superlativa por García Márquez. Un abrazo.

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