La erótica del conocimiento

Hay una sensualidad en el libro como objeto. Desde niña te gusta abrir un libro nuevo, oler la tinta de sus páginas. Cada libro, además, tiene su olor propio, ninguno huele igual a otro, como la piel viva, transmite sensaciones. Los libros nuevos, su olor, te retrotraen a la infancia, al otoño de comienzo de curso. Un libro cerrado es siempre víspera de conocimiento, de emociones intensas. Abrirlos es poner los brazos, las piernas, en cruz, el ser presto para el abrazo y la entrega.

martes, 12 de octubre de 2010

El capitalismo funeral, Vicente Verdú


Este libro no contribuye, como pensé al elegirlo como lectura, al esclarecimiento de los orígenes de la crisis sino más bien a señalar de una forma a ratos declamatoria cuáles están siendo las consecuencias de ella, a señalar los millones de viviendas vacías e invendidas, embargadas o inconclusas, al pesimismo que ha sobrevenido tras el delirio de la fiebre del cemento en un país donde una noche nos acostamos ricos y especuladores y a la mañana siguiente nos despertamos en la cola del paro y los comedores de caridad.

Sin embargo, y pese a que no opta por la explicación desde el punto de vista de la economía, baraja tesis desde la observación sociológica y viene a decir, cito textualmente: "La crisis financiera es la consecuencia de la desaparición del dinero y no la desaparición del dinero el efecto de la crisis financiera" que viene a poner el punto sobre la i de lo que se ha venido en llamar el "capitalismo de ficción", sí el mismo que traspasa fronteras sin cortapisas, a diferencia de las personas y los objetos, y que no está ligado a la fabricación de productos ni al comercio de bienes o servicios sino a la más pura especulación de capitales, los llamados "mercados" que están poniendo en solfa a países del mundo desarrollado con una virulencia que a fecha en la que fue escrito el libro aún se desconocía, pues admitía preguntas del tipo "¿Es esta crisis real? A estas alturas resulta imposible separar qué pertenece a una situación objetiva y qué corresponde a la impresión subjetiva, porque ambas se confunden" , y también, "La crisis no es sólo la crisis, sino todo aquello que se cree, se habla o se teme sobre la crisis"

El título del libro "El capitalismo funeral" parece aludir a esa primera impresión que algunos tuvieron de que con esta crisis de magnitud desconocida desde la de 1929, el capitalismo agonizaba entre estertores apocalípticos, recordemos al presidente francés apresurándose a declarar ante los micrófonos que había que refundar el capitalismo, o ese dirigente empresarial español antes de ser declarado en quiebra y acusado de hundir sus empresas por vías que rozan el delito si no caen de lleno en él, decir ante los medios que había que hacer un paréntesis en la economía de libre mercado.

Ah, qué tiempos aquellos en los que aún no habíamos estado al borde del precipio y a punto de quebrar como país, en los que no había quedado aún tan patente que los mercados son los únicos príncipes (enésima reencarnación de Maquiavelo) y que los ciudadanos de a pié, muchos de ellos en la cola del paro o tiritando por los recortes impuestos no tienen nada que votar ni elección posible en este despotismo nada ilustrado del imperio absoluto del mercado que no conforme con quebrar empresas quiebra países y lo que haga falta con tal de recordarnos quién manda aquí y en todas partes.

En cuanto al subtítulo "La crisis o la tercera guerra mundial" espero que se quede en lo que en un principio me pareció estrategia editorial para vender ejemplares, ya se sabe que las catástrofes venden hasta en el cine y si no que se lo digan a Godzilla. Espero que erre también como cuando apostó por el funeral del capitalismo y aún no nos reserve esta crisis, que ya va por su tercer año sin resurrección del paro y el empobrecimiento, sorpresas aún más feroces que los depredadores gigantes que tumban naciones como edificios el monstruo en el cine.

Pero quién lo sabe. Por el momento más que al funeral del capitalismo estamos asistiendo al del estado del bienestar y como la crisis persista acaberemos borrando del disco duro de la memoria que algún día "bienestabamos".


El capitalismo funeral

Vicente Verdú, Anagrama, Barcelona, 2009



Lenguas en guerra, Irene Lozano


Este libro obtuvo el premio Espasa de ensayo hace cinco años, pero el tema que aborda no deja de estar de permanente actualidad; las contaminaciones demagógicas que los nacionalismos de todo signo -desde esferas tanto políticas como mediáticas- vierten al ruedo del debate público acerca de la utilización de las diversas lenguas de España, las propuestas de inmersión lingüistica en alguna de ellas y la utilización torticera de las denominadas "lenguas propias" para crear diferenciación de manera artificiosa e interesada.
La autora, filóloga de formación y bien entrenada en los debates mediáticos, nos expone con rigurosidad y sin ambages los argumentos falaces que sostienen aquellos que pretenden hacer de la "lengua propia" un arma arrojadiza con la que pescar ganancias en ríos revueltos. Empieza por hacer un recorrido histórico de la lengua española, cómo ésta se convirtió en lengua franca de un territorio que aún estaba muy lejos de ser una nación, cuando convivía sin agravios comparativos con las otras lenguas de la península y era usada por las diversas poblaciones para hacerse entender y prosperaran haciendas y negocios. Cómo, sin embargo, no fue la lengua de uso obligado del Imperio hasta el siglo XVIII pues hasta entonces los regidores del reino donde no se ponía el sol no consideraron deseable mantener tan vasto territorio bajo la unidad de una sola lengua que pudiera unir voluntades rebeldes contra la metrópolis. El tópico de que a América llevamos la cruz y la lengua desde el principio de la colonización esconde una realidad: que la Iglesia evangelizó en las lenguas vernáculas durante mucho tiempo y no sólo en los inicios de la conquista del territorio, así que tampoco es comprensible que el nacionalismo español surgido de la victoria franquista en la guerra civil de 1936 la emprendiera contra aquellos curas y feligreses que apostaban por decir misa en catalán o vasco desafiando al dictador pero obedeciendo una costumbre ancestral de las congregaciones misioneras.

Ante todo, defiende este texto, las lenguas, el uso razonable que se espera de los que las hablan, es el de hacerse entender y no el de marcar diferencias identitarias que no llevan más que al segregacionismo castrante, cuando no al ridículo, y basta aquí citar como ejemplo reciente el uso en el senado de las lenguas catalana, vasca o gallega por unos senadores que tienen como lengua común el español y que contratan a terceros para que traduzcan los discursos que de otro modo entenderían si usaran el idioma que todos conocen, generando con ello una hilarante paradoja y es que quienes en los pasillos del senado se entienden en español sin conflictos, en cuanto suben al estrado obligan a esos mismos compañeros con quienes antes han compartido charla a que usen los auriculares de los traductores.

A reflexionar sobre estas cuestiones nos ayuda el presente ensayo, posicionándose en el lugar del sentido común -que es, ya se sabe, el menos común de los sentidos- alimentando los argumentos con rigor y honestidad, desde una visión no dogmática pero sin titubeos contemporizadores a diferencia de otras posiciones progresistas que en España, por haber compartido militancia antifranquista con unos nacionalistas que sufrieron el mismo rigor de la dictadura, las han hecho contravenir sus propios principios, el internacionalismo.

Si todos leyeramos más libros como el que aquí comento seríamos menos sensibles a las demagogias, es decir, seríamos menos manipulables. Pero no dejarse manipular fácilmente no está de moda, hay una tendencia generalizada a hacer propia la última frase oída en la tdt de la preferencia ideológica que se elija, y cada vez hay menos donde elegir porque el color político se va uniformando peligrosamente, hay una deriva hacia la información sesgada, las medias verdades esgrimidas como verdades absolutas, las mentiras sin recato, los prejuicios sectarios, en definitiva a la imposición de unas consignas que apelan a las vísceras y no a la razón, en vez de apoyarse en la información fidedigna para serenamente reflexionar sobre si queremos taifas irreconciliables o en cambio un pais descentralizado, organizado y eficaz o lo que pretendemos por el contrario es el retorno al clan que proponen las posiciones nacionalistas más furibundas, cuando no una nación centralizada y uniforme, monocromática e igualmente nostálgica de un pasado idealizado como quienes desde el nacionalismo heredado del franquismo claman.


Lenguas en guerra, Irene Lozano, Madrid, Espasa Calpe, 2005