La erótica del conocimiento

Hay una sensualidad en el libro como objeto. Desde niña te gusta abrir un libro nuevo, oler la tinta de sus páginas. Cada libro, además, tiene su olor propio, ninguno huele igual a otro, como la piel viva, transmite sensaciones. Los libros nuevos, su olor, te retrotraen a la infancia, al otoño de comienzo de curso. Un libro cerrado es siempre víspera de conocimiento, de emociones intensas. Abrirlos es poner los brazos, las piernas, en cruz, el ser presto para el abrazo y la entrega.

lunes, 28 de febrero de 2011

El Cairo en los zapatos, Elisabeth Anglarill


Aunque editado en noviembre de 2003 este libro, de difícil clasificación, porque no es un libro de viaje ni estrictamente un ensayo, resulta ser un interesante y documentado reportaje sobre la capital egipcia después de la invasión de Irak que siguió a los antentados del 11-s. Es, como promete el subtítulo, un retrato de la sociedad del país del Nilo. Una sociedad de marcados contrastes, a la búsqueda de una identidad no constreñida a la tradición ni ajena a la modernidad. Egipto fue, sigue siendo, el país más influyente del mundo árabe, el de cultura más ancestral, también el que con más ahínco intentó el paso hacia una modernidad democrática, frustrada en su etapa postcolonial por la bipolaridad de la política internacional de entonces, luego condenada al ostracismo por unos dirigentes autoritarios que han servido a los intereses de occidente y a los de una oligarquía propia enquistada en el poder desde decenios.

La autora, periodista barcelonesa, nos traza un retrato de la sociedad egipcia a partir de informes, entrevistas personales, testimonios de profesionales de ámbitos diversos: universidad, organizaciones pro derechos humanos, movimiento feminista, comunidades religiosas, personajes públicos o anónimos, intelectuales de distinta extracción. Y, naturalmente, como testigo presencial de esa ciudad populosa que discurre ante sí en los mercados tradicionales, en el fluir perenne del Nilo como paisaje constante, en los restaurantes, los barrios donde transcurre la vida cotidiana, nos transmite una visión personal de una cultura, que es árabe y musulmana, pero que es mucho más que esos estereotipos que, como occidentales, estamos familiarizados a utilizar con trivialidad.

Así, en el peculiar recorrido que hacemos por la sociedad egipcia al hilo de las distintas voces que nos la muestra, nos asombramos al descubrir cómo conviven costumbres ancestrales (la mutilación genital) junto a leyes que desde mediados del siglo XX reconocían igualdad de derechos entre sexos, aunque en la práctica la discriminación de las mujeres sea un hecho tan cotidiano como en la mayor parte de países del mundo. Sorprende ver cómo una nueva generación de mujeres decide volver a usar el velo islámico como rebeldía frente a la generación antecesora, aun tratándose de mujeres con formación universitaria y en ejercicio profesional. Y las razones que aducen para ello no es única, sino múltiple: reafirmación identitaria, profesión de fe, barrera frente al acoso masculino o, incluso, como reinvindicación feminista para hacer frente a una sociedad de consumo que banaliza la imagen femenina como objeto.

En este relato periodístico no podía faltar el hecho religioso, tan importante en las sociedades musulmanas, y que se ha visto reverdecer por los extremismos islamistas que son una cuestión más política que religiosa, aunque la división entre religión y política no queda nítidamente delimitada en el islam. La interpretación del Corán es libre, no existen exégetas que impongan una versión oficial y única como sucede, pongamos por caso, en la doctrina católica, por lo tanto dependiendo de la interpretación que se haga puede resultar una ley más o menos laxa o rigurosa, pero que en cualquier caso sirve de pretexto a quienes quieren dirigir el sentimiento de impotencia de una población con niveles de renta ínfimos que es rehén de un régimen nepótico y corrupto. Sorprende el debate más o menos soterrado que la sociedad egipcia mantenía entre las bambalinas de una dictadura que ahora, siete años después de escrito el libro, hemos visto caer desde las pantallas omniscientes de la atónita sociedad occidental.


El Cairo en los zapatos, Elisabeth Anglarill, Flor de Viento, Barcelona, 2003

Algo va mal, Tony Judt

Comienzo con una cita de J. S. Mill extraída del libro: "La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva". Estas palabras parecen ser un trazo del retrato social de nuestros días, retrato que comenzamos a esbozar hace treinta años cuando aterrizó -después de planear cual mosca azul durante variadas etapas anteriores- el liberalismo económico, esta vez en su versión Thatcher-Reagan, que marcaría el comienzo de la desmantelación del estado social en Europa y el funeral definitivo a las políticas herederas del New Deal de Roosvelt en Estados Unidos.

Quienes hemos gozado de la lectura, extensa pero no menos amena, del tomo "Posguerra. Una historia de Europa desde 1945", del mismo autor, sabemos cómo se originó el estado social europeo, ese que luego entrado el siglo XX hemos llamado estado de bienestar y al que a punto estamos de dar el viático. Aunque el descontento creciente, aún no del todo visible, tal vez no le acabe dando el "descanso en paz" de la resignación de los dolientes que a los próceres del mercado les complacería.
Ahora que el futuro ha dejado de ser incierto para pasar a ser incierto también el presente, sabemos que de un día para otro lo mismo caen muros del este de Europa que sátrapas del norte de Africa a la velocidad trepidante de los teclados de la historia, ya sea a 140 caracteres por minuto o a la velocidad de transferencia de imagenes por segundo.

La historia no está predeterminada, nos dice Judt, lúcido defensor de la socialdemocracia, ¿quién podía haber vaticinado el desplome del comunismo justo cuando aterrizó la mosca azul del neoliberalismo entre las dos orillas norteatlánticas? Desde entonces se ha instalado el capitalismo de corte mafioso al este de Europa, y en todas partes los mercados desregulados campan sin restricciones ni fronteras instalando desde los think tank el pensamiento único, el dogma neoliberal: individualismo, negocio, beneficio, riqueza privada y miseria pública, creciente desigualdad entre una minoría rica y una mayoría que ve recortados sus derechos, y dale que va la rueda del casino gira como el mundo gira. En estas estábamos cuando sobrevino la crisis, se conmonvieron las columnas del templo, "la mano invisible" rasgó su velo y cayó Lehman Brother, la historia reciente, ya lo saben, está en los papeles y en las aristas de las redes. Los que habían propiciado con su irresponsabilidad el desplome fueron indemnizados con cifras astronómicas mientras a los damnificados les tocó pagar directamente, bien rascándose el bolsillo o en especie, con un empleo que para muchos es irrecuperable. Qué bien les vino entonces, y todavía, a los hacedores del laissez faire acudir a ese estado tan denostado -perdonen la cacofonía- tan denostado, sí, por ellos, para recomponerse y continuar a lo suyo que solo es de todos cuando va mal.

De que Algo va mal, a Judt (ni a la que suscribe) le cabe ninguna duda. La ideología neoliberal está adherida a los entresijos de la sociedad actual pero nada nos dice que tenga que estarlo por tiempo indefinido. Sin llantos estériles, este libro rescata la etapa más próspera que ha conocido la historia reciente, los florecientes estados socialdemócratas del norte de Europa que desde mediado el siglo XX supieron abrir un paréntesis entre el comunismo totalitario y el neoliberalismo rampante para asentar una sociedad cuyas desigualdades quedaron atenuadas por un sistema impositivo más equitativo, con una calidad de vida que no se medía solo en nivel de renta sino en educación, salud, participación ciudadana, de proyecto colectivo, en suma, en lugar de enconado individualismo. Judt, basándose en la experiencia cierta que supuso la socialdemocracia nos lleva a analizar cuales fueron las circunstancias que la propiciaron, si fueron únicas o con voluntad y esfuerzo podríamos reproducirlas, qué aspectos del pasado deseamos conservar y cuales son irreproducibles. El debilitamiento del Estado-nación en pos de organismos supranacionales (Unión Europea) que están entregados al dogma neoliberal, limita el poder de la política y la subordina a los mercados, pero es obvio que la sociedad resultante es, a la par que generadora de grandes injusticias, nefasta para las personas pues las despoja de un proyecto colectivo que está en la génesis de la condición más decididamente humana, la más social de las especies.
Este libro contribuye a poner en cuestionamiento los últimos treinta años de política neoliberal. Sin idealizar glorias pasadas, propone una reflexión sobre si es posible rescatar las ideas socialdemócratas enmarcándolas en un nuevo contexto. Pues "la disconformidad nos lleva a hacernos preguntas y éstas a enfrentarnos con los nuevos desafíos". "Tendremos que plantearnos de nuevo los eternos interrogantes, pero estar abiertos a respuestas diferentes". Merece la pena intentarlo, añado, a eso nos invita este libro.

Algo va mal, Tony Judt, Taurus, Madrid, 2010





martes, 15 de febrero de 2011

Una habitación propia, Virginia Woolf

Como hace tiempo decidí no ser snob, confesaré que siempre que he intentado leer un libro de Virginia Woolf he fracasado en mi voracidad lectora y he abandonado a las pocas páginas. Esta frustración la llevaba en silencio como otras gentes llevan las enfermedades pudendas, porque ya se sabe que es una autora entre las grandes que en el mundo han sido, y aún son, porque sus libros, al menos éste, que sí, me he podido leer por completo (aleluyaaa) aún están muy vigentes.

A diferencia de "Flush" o "Al faro", mis dos intentos recurrentemente fallidos, no se trata de una novela, sino de un ensayo, aunque al adentrarme en él estuve a punto de arrojar la toalla dado que, como en las ocasiones anteriores, se me hacía muy cuesta arriba un texto excesivamente descriptivo.

Es ensayo, sí, aunque recurre a una parábola para ilustrar por qué no ha habido mujeres novelistas, escritoras, salvo contadas excepciones, antes del siglo XIX. Su respuesta no se hace esperar, viene expuesta desde un principio: porque no tenían una habitación propia, ni renta propia, no tenían independencia económica y siempre se veían obligadas a compartir el espacio común en el hogar.
Parece una obviedad, ¿verdad?, las mujeres siempre se han visto relegadas a un espacio que era el lugar de las mujeres, un hogar siempre repleto de hijos, de quehaceres penosos y porque la realidad imponía una normas férreas, las pocas que se atrevían a transgredirlas se arriesgaban a ser estigmatizadas socialmente, ya se sabe, el camino de la cortesana o de la "bruja" -la mujer socialmente alienada por definición- aguardaba a quien rompiera moldes.
De tan "obvia" respuesta -obvia vista desde los inicios del siglo XXI, porque hasta el primer tercio del siglo XX, data del ensayo que nos ocupa, las mujeres acababan de estrenar derecho al voto en Inglaterra, vanguardia del movimiento sufragista y lugar de origen de la autora- se podría deducir que la lectura que aquí se comenta es prescindible. Pues no, no lo es, en primer lugar porque dibuja un retrato de la sociedad industrial de la época y con ello también del patriarcado dominante, ese que privilegia las escuelas masculinas sobre las femeninas, que restringe el acceso a las bibliotecas universitarias a las mujeres, que las alimenta peor, las relega a la permanente subordinación y un largo etcétera. En segundo lugar, porque traza un perspicaz retrato psicológico sobre la necesidad de los hombres de sentirse poderosos a costa de sojuzgar a quienes le están a la zaga, esas mujeres que, desde los roles de parentesco o servidumbre son siempre subalternas al arbitrio de ellos.
Además porque, como los buenos libros, tiene distintos planos de lectura, no es solo un alegato contra las injusticias de la desigualdad entre sexos, es también una aguda introspección, una reflexión con destino a alentar en sus contemporáneas un cambio en sus vidas, a tener pocos hijos, por ejemplo, algo clave para la revolución femenina que estaba en ciernes.
Pero sobre todo porque una vez inmersa en la lectura te arrebata su lúcida y magnífica prosa, esa misma que al inicio parecía árdua y poco ágil, se torna aguda y certera en sus plantemientos y en su configuración.
Y, finalmente, porque sigue estando de plena vigencia. ¿O es que todas las mujeres actuales con familia tienen en su hogar una habitación propia? Se dirá que la mayoría de las casas en las que vive la mayor parte de la población no son muy espaciosas. Sí, pero aún no siéndolo, ¿cuántos hombres tienen una habitación propia? A menudo, en el común de las casas hay una habitación donde el adulto de la familia tiene el ordenador, una mesa, un pequeño despacho o taller para "sus cosas". ¿Cuántas madres de familia tienen una habitación propia? ¿De uso exclusivo para sus "cosas"? Me atrevería a decir que pocas, porque muchas privilegian ceder un espacio, que nunca sobra, a uso compartido, mientras que los hombres rara vez consideran que tienen que supeditar sus necesidades de autonomía a las del resto de la familia. De modo que la habitación propia, sentirse con pleno derecho a tenerla, no es sólo cuestión de espacio tangible, supone también una afirmación como individuo. En este tema, no menor, todavía queda materia de reflexión para las mujeres, para la sociedad en su conjunto y para cada individuo en su fuero interno.
Por todo lo expuesto, la habitación propia, como indicábamos, es más, mucho más que un espacio físico, supone permitirse la autoafirmación, la autonomía, la decidida vocación personal de hacerse cargo de sí misma como individuo plenamente libre y responsable. Esta es al menos la lección que personalmente extraigo de una lectura tan grata.


Una habitación propia, Virginia Woolf,

Seix Barral, Barcelona, 2009

Hij@, ¿qué es la globalización?, Joaquín Estefanía


La respuesta está en el subtítulo: La primera revolución del siglo XXI. También está en los titulares de la prensa diaria, sobre todo en las páginas sepia, porque global, lo que se dice global, es, ante todo, la economía, que no conoce fronteras, que ignora obstáculos porque las únicas riendas estaban en la política, las regulaciones a los mercados que dejaron de exisistir desde la década de los ochenta y el advenimiento del pensamiento único neoliberal.


Otro signo de los tiempos es la globalidad de la información gracias a internet, pero por el momento las tecnologías de la información sólo nos sirven a los perplejos ciudadanos de a pie para poco más que constatar las desigualdades producto de los mercados globalizados. En todo lo demás -las mercancias, las personas- las fronteras aún son poco menos que insoslayables.


Este libro nos explica de forma pormenorizada y amena en qué consiste la globalización, que hasta la fecha solo es financiera. Las consecuencias que se derivan de ella. Los movimientos sociales que se oponen desde el activismo altermundista y las distintas tendencias que lo conforman.


Constituye, ante todo, una lectura útil que informa sobre un tema de plena actualidad, retrata fielmente los incipientes movimientos sociales que apuestan por una globalización a medida humana y que desde el poder establecido son denominados, peyorativamente, movimientos antiglobalización, o antisistema, y que no son más que un desafío a la política imperante, cada vez más alejada del ciudadano corriente.


Este libro es una invitación a la participación ciudadana en política, no entendiendo ésta como un asunto en manos de profesionales de traje gris, de portafolios y berlinas sino como un asunto de profanos que tienen mucho que decidir porque la vida propia y ajena les va en ello.


Hij@, ¿qué es la globalización?, Joaquín Estefanía

Aguilar, 2002, Madrid